‘La balada de Johnny Cash’, ya en e-book en Amazon

La novela ‘La balada de Johnny Cash’, publicada por la periodista Cristina Amanda Tur (CAT) el año pasado, se encuentra disponible también en formato digital a través de la plataforma Amazon, junto a otros títulos de la autora como ‘El hombre de paja. El crimen de Benimussa’ o ‘Sa Penya Blues. El crimen del minusválido’. 

Esta novela, ambientada en un pueblo americano en los años 60 y en la que se suceden los guiños a importantes iconos y episodios de la cultura americana, es la primera novela de CAT no ambientada en la isla de Eivissa. 

Johnny Ray tiene 12 años, una madre que escucha a Johnny Cash a todas horas y un padre borracho que trabaja en un taller mecánico en la salida del pueblo, Bluvalley, una pequeña población del sur americano en la que los chicos de su edad se las ingenian, mal o bien, para no sucumbir al aburrimiento. Y ésta es la historia de un verano de su vida, un verano de finales de los años 60 que se preveía tedioso e interminable y que, sin embargo, se anunció ya agitado el día en el que, en la orillas del río, apareció el cadáver de un presidiario huido de la cárcel del condado. En su espalda, el hombre llevaba un murciélago tatuado, y esa marca, que Johnny Ray encontrará en otros hombres que aparecen por el pueblo en las semanas siguientes, le llevarán a descubrir quién es realmente su padre, cómplice de una banda de delincuentes, y de lo que es capaz su madre para salvar a su familia.

‘La balada de Johnny Cash’ es la historia del verano en el que Johnny Ray, que lleva tal nombre precisamente por el cantante country, aprende a valorar a su madre, a la que consideraba una mujer debíl sometida a un marido borracho. A la hora de la verdad, la madre, Luisa, es capaz de enfrentarse al marido, Tony Malone, a la banda entera, y cambiar el equilibrio de poder en la casa y ante los ojos de sus hijos. 

En esta novela, los lectores encontrarán una sucesión de guiños a importantes iconos y episodios de la cultura americana, a sus músicos de blues y country, a sus canciones, a los clásicos de Stephen King, a las películas de John Wayne, al ‘Cuenta conmigo’ de Rob Reiner o a ‘Matar a un ruiseñor’, de Harper Lee, al asesinato de Kennedy o a los forajidos del Viejo Oeste. Todo ello contribuye a hacer de esta obra, la número 12 de las publicaciones de CAT, uno de sus libros más originales, distinto a los otros pero con el mismo estilo para contarlo. 

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DEL PEZ NEMO A LA COVID-19

Cristina Amanda Tur @territoriocat

Las consecuencias del mascotismo exótico y el tráfico de especies podría ser el otro titular, mucho más descriptivo, de este artículo. Y, en realidad, el epígrafe que tomaba forma en mi cabeza mientras pensaba en escribir estas líneas era ‘Matando a Nemo’, pero la entrada en escena de la Covid-19 me ha hecho replantear parte de la estrategia. Empecemos entonces, para justificar el titular, por una pequeña, triste y paradigmática historia que comenzó en mayo de 2003, cuando se estrenó la película de animación ‘Buscando a Nemo’. Y seguro que todos conocéis al pez que la protagonizaba, un simpático pez payaso que tuvo en vilo a niños –y no tan niños– de medio mundo durante cien minutos. Pues bien, lo que Pixar no pudo prever es que la película despertaría una auténtica fiebre por poseer pequeños nemos en acuarios caseros, que cada año más de un millón de ejemplares de las distintas especies que engloban su misma familia serían capturados para ser exhibidos en peceras y que especies enteras se arrojarían al borde de la extinción por simple esnobismo, por capricho. Como si la pérdida de hábitats, el calentamiento global y la contaminación de los mares no fueran amenazas suficientes. 

Hasta tal punto llegó el expolio de simpáticos peces Nemo que, al anunciar los estudios el estreno de la secuela, ‘Buscando a Dory’, organizaciones de medio mundo llegaron a proponer a Disney-Pixar que lanzara un mensaje inicial pidiendo a los espectadores que se abstuvieran de desear los peces exóticos que aparecerían en la pantalla. Un mensaje para necios, porque ‘Buscando a Nemo’ va de un pez padre que parte a la aventura en busca de su hijo, que ha sido capturado y metido en una pecera. En una pecera, repito. Que el resultado de una película con tal argumento sea expoliar peces para meterlos en peceras es no haber entendido nada del mensaje; no hay que echarle la culpa a Pixar de la estupidez humana. 

Y el caso del pez payaso es sólo un ejemplo de los estragos que causa el mascotismo exótico. Otro más. Uno entre miles. Porque cada año, millones de animales son arrancados de sus hábitats para alimentar el mercado del esnobismo, para acabar adornando la vida de quienes no se conforman con tener un perro y necesitan fardar de tener un mono. O para nutrir el mercado asiático de la superstición con polvo de huesos de león, cuerno de rinoceronte o escamas de pangolín. Y no, no estoy confundiendo el mascotismo de animales exóticos con el tráfico ilegal de especies; lo estoy relacionando. Porque una cosa y otra van unidas y porque –sea por tener un exotismo vivo o por tenerlo muerto porque supuestamente te va a curar algún mal o porque su piel queda bonita en tu salón– el resultado y las consecuencias son las mismas; el sufrimiento de millones de seres vivos y la pérdida de biodiversidad del planeta. 

Recordad las imágenes y la información que a menudo nos muestran los medios de comunicación. Montañas de caballitos de mar muertos destinados a un mercado asiático que los considera afrodisíacos. Elefantes y rinocerontes camino de la extinción por sus colmillos y sus cuernos. Leones masacrados para usar sus huesos en la medicina tradicional china. Aves de miles de especies transportadas vivas en condiciones lamentables desde Sudamérica a Europa para el mercado de las mascotas. ¿Sabes cuántos papagayos morirán para que tú puedas comprar uno a bajo precio a través de un grupo de whatsapp que te ha pasado un amigo? ¿Sabes cuántas vidas ha costado que tú puedas hacerte una foto con esa serpiente en el mercado medieval del pueblo? Recordad las imágenes de animales hacinados en cajas, de colibríes pegados con cinta adhesiva a un pantalón para intentar sortear la seguridad de los aeropuertos, de los monos y los pangolíes en jaulas en abyectos mercados callejeros chinos. Y cada uno de estos casos merecería un artículo entero. Lo que hacemos al resto de las especies con las que convivimos es insoportable, repugnante, inmoral… 

Lo más sorprendente es, sin embargo, la enorme capacidad con la que nos distanciamos de todo ello culpando a unas poderosas mafias internacionales que no podrían existir sin una demanda que crece a pesar de todas las imágenes del horror que cada año dan la vuelta al mundo. Lo más sorprendente es la distancia que adoptan ante ello quienes aseguran amar a los animales y son capaces de alardearte de los halcones, lagartos y de toda una serie de especies exóticas que ha tenido su hermano, los que se fotografían con tigres drogados en algún viaje o compran collares con dientes de cocodrilos. Y sé que a veces es difícil ver las señales y ser consciente del daño que se provoca, pero es hora de empezar a entenderlo. Lo que algunos llaman amor por los animales es su desgracia. A los animales se los ama libres. 

Si todo esto no te parece suficiente, ahora, además, un nuevo argumento ha venido a sumarse a la ecuación para apoyar la lucha contra el tráfico de especies, para situarte en el bando correcto. Y es que la situación que vivimos en la actualidad, la llegada de esta nueva enfermedad por coronavirus bautizada como Covid-19, también está relacionada con la forma en la que tratamos a otras especies. Este pequeño ser, el virus que ha sido capaz de poner en su sitio a la especie que se considera superior al resto, ha llegado hasta nosotros desde uno de esos mercados del terror en el que se hacinan animales en algunas localidades asiáticas, quizás desde un pangolín o de un murciélago. Quien crea en alguna suerte de justicia o de venganza cósmica puede poner en el futuro esta historia como paradigma. 

La versión de este artículo de opinión en la web de Diario de Ibiza:

https://www.diariodeibiza.es/opinion/2020/04/17/pez-nemo-covid-19/1137076.html?utm_source=rss

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Para los cansados del feminismo

El hecho de que todo dios crea que eso de la libertad de expresión, que tantas luchas ha costado y cuesta, está pensado para amparar sus opiniones de pacotilla, sus reflexiones de barra de bar o sus miserias de perdedor que suelta su basura en facebook mientras se rasca los huevos en el sofá es un asco. Un verdadero asco. Es pasmoso tener que leer a un imbécil diciendo lo cansado que está del feminismo mientras se está buscando en los vertederos a la última mujer asesinada por el machismo (sí, por el machismo, te pongas como te pongas, por el mismo machismo del que tú haces alarde con tus amigos en tu grupo de whatsapp, que no se te olvide). ¿De verdad no tenéis vergüenza? ¿Cómo podéis decir que estáis cansados del feminismo?… Si es que encima pretenderán que nos callemos mientras nos matan, claro, que eso debe ser ya el sumun de la subordinación al hombre, el sueño de cualquier machito español que se precie. Muere y calla. O muere y calla, puta.

¿Pues sabéis de que estoy cansada yo? Estoy cansada de fascistas, machistas, resentidos, ignorantes, pollaviejas y pollaflojas. Estoy cansada de leer a tanto retardado de caverna justificando violaciones, cansada de escuchar a tanto carca de tertulia debatiendo sobre lo más o menos culpables que somos de que nos ataquen o sobre lo que podemos hacer –o no– con nuestro cuerpo y cansada de tener que demostrar lo bien que puedo hacer mi trabajo frente a gallitos de feria que no me llegan a la suela de las botas ni poniéndose de puntillas pero que siempre lo tendrán más fácil porque tienen polla. Y eso sin tener ni siquiera que medírsela, no vaya a ser que alguno se ponga a llorar. Estoy cansada de compañeros hipócritas que hoy escriben sobre la violencia de género y ayer cerraban los ojos cuando me acosaban. Estoy cansada de medios hipócritas que escriben editoriales en defensa de la mujer mientras en sus páginas se nos vende como ganado a la más mínima ocasión y se dedican especiales a esas mierdas de ‘vamos a ver si nos ponemos guapas para los hombres’. Estoy cansada de divorciados resentidos criticando la ley de violencia de género sólo porque la sudamericana con la que se casaron ha sido más listilla que ellos y se ha llevado su pasta y al niño. Cansada de fotógrafos que usan a las mujeres como objetos e intentan venderme su exhibición de carne como arte (y que encima me suelten esa mierda de que el cuerpo femenino es más armonioso; o sea zarandajas que les ha enseñado esta sociedad machista y que ellos repiten para justificar su aportación al machismo). Estoy cansada de anormales que se ofenden y te llaman maleducada o engreída porque no respondes a las decenas de mensajes completamente inapropiados que tienen a bien dejarte en el messenger, cansada de tener que adoptar medidas de protección que son impensables para los hombres. Estoy cansada de niños de mamá que sienten amenazado su estatus de inútiles consentidos…

¿Que estáis cansados, cariños? Vaya, qué pena me dais. Pobrecitos. ¿Las mujeres no quieren ser lo que esperáis de ellas? Qué mal va el mundo, ¿no?… Pues, ¿sabéis qué? Os jodéis. Te jodes.Y te lo voy a repetir; te jodes. Y te lo digo con todos mis deseos de que el feminismo llegue a cansarte mucho más, de que os canse hasta que reventéis, que os canse porque crezca hasta apagar vuestras voces de niños quejicas, de malcriados que nunca han tenido que luchar en un mundo desigual y que lo han tenido más fácil sólo por tener una puñetera polla que la mitad de las veces es pequeña y no sabéis ni usar. ¿A que estás de acuerdo, Martina?… Malcriados. Eso sois. Unos malcriados quejicas. ¿Te molesta el feminismo? Pues te jodes y te callas, porque al mundo le importa un carajo que tú estés molesto mientras a nosotras nos matan, te callas porque tú, con tu actitud, también eres culpable. ¿De verdad quieres seguir siendo cómplice? 

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El cadáver de la vieja fábrica. De ‘La balada de Johnny Cash’

El siguiente texto es un fragmento del capítulo 23 de la novela ‘La balada de Johnny Cash’. Si la foto de estos chicos os dice algo, esta novela es para vosotros…

De repente, no me sentí seguro en aquel lugar abandonado, como si ya supiera que aquel no era un muerto lo que se dice muy natural y como si quien hubiera hecho que fuera así pudiera encontrarse aún acechando detrás de algún muro o de alguna de las máquinas oxidadas que nadie se había llevado al echar el cierre de la fábrica. Sé que es una estupidez. Es irracional. Si la muerte era un homicidio, tal y como resultó ser, era seguro que el homicida no se había quedado por los alrededores esperando a ver a quién le tocaba el honor de encontrar a la víctima… Pero estas cosas son así; uno siente ese temor irracional cuando encuentra un cadáver. Si alguna vez habéis encontrado uno, me entenderéis. 

Allí se acabó nuestra excursión. Y nuestras ganas de seguir trasteando en la vieja fábrica.

–¿Qué hacemos? –Webb, al parecer, sólo tenía preguntas aquel día.  

–Volvamos al pueblo. Tenemos que avisar al sheriff… –contesté. Era la única opción posible, desde luego.

–Alguien debería quedarse aquí vigilando.

–¿Vigilando qué? –le espetó Roy, irritado– ¿que el cadáver no se escape?… Debe llevar años aquí sin que nadie lo haya visto y ahora resultará que tenemos que montar guardia junto a él para que no se vaya… o no lo roben, ¿cómo se te ocurren esas tonterías que dices, Webb?

–No sé. Era una sugerencia –el interpelado ya no sabía qué replicar. Lo cierto es que todos andábamos algo nerviosos. Y eso que no era el primer cuerpo muerto que veíamos. Aunque ese cuerpo, unos restos momificados por el viento caliente y constante de la llanura, era probablemente muy diferente a cuantos pudiéramos haber visto cada uno de nosotros. Al menos yo, que había visto el cadáver del preso fugado en la orilla del río.

Era un chico, parecía menudo, y llevaba un jersey rojo y unos vaqueros. Permanecía oculto bajo las ramas de unos arbustos y sobre una tierra reseca como arena del desierto.

Cuando logramos calmarnos un poco y dejar de discutir, nos acercamos algo más. El chico no estaba enfermo, el chico no estaba durmiendo; el chico estaba muerto.

–¿Cuánto tiempo llevará ahí?

–Ni idea. ¿Quién será?

–Volvamos al pueblo.

–¿Llevará ahí más de un año?, ¿Cómo no lo vimos el año pasado cuando estuvimos en la fábrica? Estuvimos en la alberca… –Roy solía plantear las preguntas más lógicas sobre los acontecimientos recientes de nuestra vida, más que las de Webb o que las mías, ya que a nosotros nos costaba unos minutos más recobrar la compostura para poder pensar. No siempre teníamos respuestas. Lo cierto es que no recordaba haber estado en aquella zona, entre la alberca y el río, la otra vez.

Pocas horas más tarde, temiendo que la noche llegara antes de tiempo y oscureciera la escena, ya macabra sin ambientación nocturna, los tres regresábamos al lugar con el sheriff y con el flaco Sean, que iba en el coche limpiando la cámara de fotos, colocando carretes y no sé qué más. Siempre andaba trasteando con aquella cámara. Seguro que estaba contentísimo de tener una nueva ocasión para usarla y mostrar a todos sus dotes de fotógrafo.

–¿Quién será el muerto? –preguntaba Webb por enésima vez.

–Ya veremos –le contestó el sheriff, también por enésima vez.

Y al ver aquel jersey rojo, el sheriff lo supo. Llevaba cuatro años esperando algo como aquello. El cadáver, los restos, era el de aquel chico negro desaparecido por las fechas en las que Oswald mató a Kennedy. Su familia se marchó del pueblo no mucho después. Allí estaba la respuesta a uno de los misterios más recurrentes de una comunidad que, aunque pequeña, lejana y aburrida no adolecía de algún que otro misterio.

El sheriff Wayne, muy despacio y con las manos en los flancos, dio un par de vueltas al cadáver y echó un vistazo a su alrededor como si estuviera olfateando el ambiente. Y sólo tras esa primera inspección general del escenario se acuclilló junto al cuerpo para observarlo más de cerca. Sean hacía fotos como si Kodak le regalara los carretes. 

Por un momento, temí que fuéramos a llevarnos el cadáver en el maletero, pero no fue así. No se lo llevaron de allí hasta el día siguiente. Y nosotros ya no fuimos testigos de ello.

–Si ha esperado cuatro años, puede esperar un día más –sentenció el sheriff.

Aquel ya era, oficialmente, un verano con demasiados muertos.

La novela puede adquirirse en estos enlaces y en distintas librerías del país:

https://www.casadellibro.com/libro-la-balada-de-johnny-cash/9788412013436/9609566

y podéis saber algo más de ella aquí:

La balada de Johnny Cash

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La tiranía de los mediocres

52956989_291857494803358_7047043036307521536_nSuelen buscar su hábitat en agrupaciones, asociaciones, partidos políticos… cualquier tipo de grupo, más o menos numeroso, en el que puedan dar rienda suelta a su charlatanería, a su naturaleza cizañera y a su necesidad de integración. 

Son esos mediocres, envidiosos, amargados, acomplejados, esos que no suelen hacer nada de provecho pero se dedican a boicotear cuanto hacen los demás. Los identificarás enseguida, porque, aunque a veces intentan disimular con palabras vacías, nunca tienen un ‘gracias» ni una palabra amable cuando los demás hacen cualquier trabajo que, en realidad y probablemente, también les beneficia a ellos.  Todo les parece mal. Los reconocerás porque sabrás enseguida que les sabe fatal que a otros les salga algo bien. Sobre todo si ese trabajo te sitúa, a ti o a cualquier otro, en un perfil alto dentro de determinado grupo. Son los que intentarán constantemente tumbar al que lidera el equipo, aunque sepan que es un gran líder y que deberían dar gracias al cielo por tenerlo. A ellos eso no les importa, ellos sólo viven para destruir.  

Porque, por supuesto, los mediocres odiarán más a quienes mantengan un perfil más alto, a los que destaquen por cualquier cosa, la más nimia (que, para que ellos lo entiendan, significa pequeña). Son esos que siempre están activos en los grupos de wasap sólo para criticarlo todo, los que te preguntarás si no tienen nada que hacer durante todo el día, y son también los charlatanes que hablan mucho sin saber, a menudo, de qué hablan, porque tienen que intervenir en todo para sentirse un poco realizados. En el fondo, son seres con complejos que no saben resolver si no es envenenando, mediocres que se meten en agrupaciones para dar rienda suelta a sus miserias en lugar de buscarse un psiquiatra. Y, cuidado, que a veces también son los mismos que están en el grupo para aprovecharse de él, para intentar que compren las cosas que él quiere para su uso personal y para intentar robar algo si se les deja ocasión. Porque el perfil del mediocre no es raro unirlo a una falta de moral que puede llevar al delito o al vandalismo. Y a ellos se unirán otros cizañeros, los carroñeros, que querrán aprovechar algo del mal ambiente que los mediocres crean pero que lo harán a escondidas, rebuscando en cualquier sitio a ver qué pueden encontrar para hacer más daño, pero desde sus guaridas, desde el anonimato de un ordenador o de las redes sociales, para entendernos. 

Son los que os harán insoportables las reuniones porque tendrán algo que decir de cualquiera de sus puntos, de absolutamente todos, aunque no tengan nada que aportar. Son esos a los que les da rabia que tus fotos de las auroras sean mejores que las suyas, aquellos a los que les da rabia que fuera del grupo agradezcan algún trabajo que tú o cualquiera de los otros compañeros haya realizado. Y se les notara. Todos se darán cuenta y ahí llega el gran problema. Porque el problema importante es que para no escucharlos, para no tener broncas, los demás callarán cuando a esos seres mediocres les dé por atacar a alguien porque no soportan esas cosas que puede hacer bien. Es más. Por culpa de estos seres resentidos, otras personas que probablemente aportarían más deciden mantenerse en un perfil bajo que no es el que les toca. En esa asociación que ya haya sido envenenada por los mediocres habrá menos gente colaborando de la que, en realidad, podría haber. Estos boicoteadores envidiosos mantendrán tal nivel de tensión en los grupos que nadie, para no meterse en líos, se enfrentará a ellos. La mayoría callará. Y así es como ellos mantendrán su estatus mientras envenenan el grupo. Y harán perder el tiempo a todos. 

Si queréis un consejo, intentad evitarlos, y si veis que lo que os da ese grupo aún lo podéis tener, incluso mejorarlo, fuera de allí, ¿para qué lo necesitáis? Quedaos con los que os aporten algo, mantenedlos en vuestra vida y dejad atrás las miserias de los resentidos. Sí, ya lo sé, te puede pasar también en el trabajo y eso sí es un problema para el que necesitaréis medidas mayores. Pero si podéis evitarlos, en realidad lo que os propongo es también que os apiadéis de ellos; dejadlos allí, porque ellos, posiblemente, no tienen otro sitio adonde ir para sentirse realizados. 

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La balada de Johnny Cash

portada johnnyUna novela ambientada en los años 60 en un pueblo americano y con Johnny Cash, su música, su adicción a las drogas y su redención, planeando sobre todos los personajes. Johnny Ray tiene 12 años, una madre que escucha a Johnny Cash a todas horas y un padre bebedor y pendenciero que trabaja en un taller en la salida del pueblo, Bluvalley, una pequeña localidad del sur americano en la que los muchachos como Johnny se las ingenian, mal o bien, para no sucumbir al aburrimiento. Y ésta es la historia de un verano de sus vidas, un verano de mediados de los años 60 que se preveía tedioso e interminable y que, sin embargo, se anunció ya agitado el día en el que, en la orilla del río, apareció el cadáver de un presidiario huido de la cárcel del condado. En su espalda, el hombre llevaba tatuado un murciélago, y esa marca, que Johnny Ray advertirá en otros individuos que aparecerán por el pueblo en las semanas siguientes, le llevarán a descubrir quién es realmente su padre y de lo que es capaz su madre para salvar a su familia.

‘La balada de Johnny Cash’ es una novela en la que se suceden los guiños a importantes iconos y episodios de la cultura americana, a sus músicos de blues y country, a sus canciones, a los clásicos de Stephen King, a las películas de John Wayne, al ‘Cuenta conmigo’ de Rob Reiner o a ‘Matar a un ruiseñor’, de Harper Lee, al asesinato de Kennedy o a los forajidos del Viejo Oeste. 

Más conocida como CAT, la autora, la ibicenca Cristina Amanda Tur Bernat, es licenciada en Ciencias de la Información y diplomada en Criminología Superior, y compagina su trabajo de periodista con la novela policiaca, género en el que se adscriben ‘’El diablo en los detalles’, ‘El ángel suicida’, ‘A todos los gatos les gusta el rhythm’n’blues’ y ‘La canción del siciliano’. Asimismo, es autora de seis ensayos criminológicos. De estos últimos puede destacarse ‘El hombre de paja. El crimen de Benimussa’, en el que relata el cuádruple crimen cometido en la isla de Ibiza por sicarios del cártel de Medellín a finales de los años 80 y revela el contexto en el que el asesinato fue posible y las conexiones de Ibiza con las mafias del narcotrafico. 

«Como muchos de aquellos periódicos que fueron surgiendo en el país cuando la conquista del Oeste y en cada pueblo que iba creciendo y mandando delegados políticos a la capital del condado, nuestro periódico había adquirido por nombre el del propio pueblo al que se había añadido la palabra Star. Era el Bluvalley Star. Hoy ciertos detalles como éste puedan llevar a la errónea conclusión de que a veces hablo de un pueblo anclado en el siglo XIX, pero os aseguro que ya no llamábamos al ferrocarril el caballo de hierro ni los revólveres Colt eran ‘igualadores’. Eso sí, aún teníamos algunos parroquianos para los que todo tipo de alcohol seguía siendo aguardiente, los muchachos bebían zarzaparrilla y leían historias sobre Doc Hollyday, teníamos sheriff y en su puerta colgaban letreros de ‘Se busca’. Ciertamente, podíamos ser considerados un pueblo en la frontera, pero en una frontera situada entre el siglo XIX y el XX.»

Lo podéis encontrar en librerías de toda España, peo también, si os es más fácil, podéis encargarlo por internet, en la Casa del Libro o en la web de la editorial

https://www.casadellibro.com/libro-la-balada-de-johnny-cash/9788412013436/9609566

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Hola, nena, ¿estás sola?

DSC_0337_1653Ocho de la mañana en sa Sal Rossa. Un día cualquiera. Acaba de amanecer. Estoy concentrada persiguiendo con el teleobjetivo a una garza que está pescando. De pronto, detrás de mí, una voz ha surgido desde las casetas varadero. Me saluda y se acerca. Dejo, fastidiada y ya en tensión, lo que estoy haciendo y me doy la vuelta. Un individuo atildado, con gafas de sol y cazadora al brazo, muy sonriente, me pregunta cómo se llama en español el ‘pájaro’ que estoy fotografiando. Mientras se acerca, mi mano izquierda aferra en el bolsillo de mi cazadora algo que siempre llevo encima cuando voy a hacer fotos sola. Es ilegal, así que no os lo cuento. Él Intenta decir ‘garza’ pero sólo sabe pronunciar ‘garfa’. Yo no sonrío y le hago ver que no busco conversación y que me está incomodando. Y haciéndome perder el tiempo, además. Por fin se larga, puedo sacar la mano del bolsillo y seguir con lo mío. Al menos no ha asustado a la garza.
Ocho y media de la mañana. Otro día cualquiera. Cerca de ses Salines. Estoy junto a la carretera, fotografiando unos árboles entre la niebla, y un tipo detiene su coche gris para acercarse a mí. También sonríe mucho. Son todos tan simpáticos y encantadores… Me suelta una frase típica, adjetivándome, de esas que todos los imbéciles creen que todas las mujeres queremos oír. Le contesto con aspereza y se larga. Encima resulta que soy una maleducada; o sea, él se ha acercado a una mujer desconocida a las ocho y media de la mañana en un lugar solitario, pero la que no tiene educación resulta que soy yo. Manda huevos… Y así, con ejemplos similares, podría escribiros un libro. ¿Os ha pasado nunca? A los hombres no, claro que no. Sólo lo pregunto a las mujeres, a todas esas maleducadas que contestan mal a los tipos que las molestan y las hacen sentirse amenazadas.
Es bastante habitual que vaya sola a hacer fotos. De noche, al amanecer, da igual la hora, y los lugares pueden ser solitarios o no. Y voy a menudo sola por varias razones. Porque no siempre dispongo de alguien que no tenga cosas que hacer cuando yo quiero ir a hacer fotos, porque me gusta moverme a mi aire y no estar pendiente de que hago esperar a otra persona si decido tirarme una hora vigilando una garza, porque no quiero tener que depender siempre de alguien, porque a veces improviso y porque a menudo esto que hago es trabajo y tengo que poder hacer mi trabajo sin arrastrar a nadie a él…
¿Ir a hacer fotos en plena noche al quinto cuerno? Uf. Hay que pensárselo. Mis amigas me dicen que no lo haga. Alguna vez, al hacerlo, he avisado a algún guardia civil o policía amigo mío para que supiera dónde estoy, incluso por si tenía a alguien de patrulla que pudiera pasar por ahí a verme… ¿No os parece asqueroso tener que vivir así?
Y luego está la convicción de que si me pasa algo, para esta sociedad hipócrita, retrógrada, inculta y malsana me lo habré buscado, porque qué demonios hago yo sola por esos mundos de dios a esas horas. Y quéjate, nena, que luego, además de ser una maleducada que contesta mal a un simpático que se acerca a saludar, serás una feminazi. Una exagerada. Pero quien nunca, ante una presencia desconocida en una calle oscura, ha agarrado en el bolsillo las llaves pensando en si será capaz de clavarlas como le han enseñado no puede entenderme. Quien no ha dado alguna vez la vuelta a la manzana para evitar que un tipo, uno que quizás ya has visto antes siguiéndote, sepa dónde vives o cuál es tu párking no puede entenderme. Quien pueda hacer su trabajo sin llevar en el coche varios tipos de objetos que podrían ser armas no puede comprenderlo.
Creerán entenderlo, claro. Pero resulta que los que se acercan a molestar a una desconocida son los mismos que te entienden; los mismos que cuelgan en facebook su indignación por el proceso al juicio de la manada son los mismos que nos cosifican en aras del arte y de cualquier otra estupidez. No hay distintos tipos de machismo, sólo hay grados. El machismo que nos mata es el mismo que nos convierte en objetos y el mismo que nos amenaza, de repente, abordándonos a las ocho de la mañana en unas casetas de pescadores. Y yo a estas alturas no veo que avancemos ni creo que me entiendan, porque estamos en 2017 y, si quiero hacer mi trabajo sin sentirme amenazada cada dos por tres, resulta que tengo que buscarme guardaespaldas. Resulta que no puedo hacer las cosas yo sola… Y ahora llamadme feminazi. O femininazi, porque el grandísimo idiota que se inventó el vocablo no tiene ni idea de crear palabras y, de feminista, lo suyo y lo que mejor se adapta como neologismo hubiera sido femininazi… Buenas noches. Me voy a hacer fotos. Armada, claro.

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Derecho a la impunidad

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Sonometría realizada en Platja d’en Bossa

A los beach clubs les molesta mucho que intenten limitarles su descontrol, tanto que se atreven hasta a usar a los medios de comunicación (o al menos a algunos medios) para advertir al Ayuntamiento de Sant Josep de que no les gusta que les recorten la cantidad de ruido con la que desean destruir a diario la tranquilidad de la isla. Se atreven, los responsables de estos locales, a quejarse de que el Consistorio no ha dialogado con ellos para consensuar el nivel hasta el cual pueden seguir destruyendo nuestras playas, como si alguien nos hubiera preguntado a los ibicencos hasta dónde estábamos dispuestos a soportar. Cada vez menos, a Dios gracias. Sospecho yo, que soy muy malpensada, que estos propietarios de chiringos sobredimensionados esperaban que una negociación previa les permitiera cambiar voluntades políticas, que para eso sirven las reuniones de empresarios y políticos que tanto se dan en despachos institucionales de Eivissa y que nunca deberían tener lugar. Aquí hay depredadores tan acostumbrados a la impunidad que se creen con derecho hasta a reclamarla. Es el sumun. Y la Fiscalía sin mover un folio.
En Benirràs, la pandilla que ha convertido esa playa en otro lugar insufrible se declara en huelga porque resulta que también quiere sacar dinero de la ocupación ilegal de uno de nuestros espacios. Ahora resulta que hasta los hippies en manada se cansan de martirizar a la luna llena sin sacar pasta de ello. Han dejado de tocar porque aseguran que los restaurantes de la zona se benefician de la cantidad de peña que se concentra para las tamboradas y que, sin embargo, nadie les paga royalties por el mogollón. Y supongo que lo que piden es dinero negro, claro, porque no sé cómo ni en qué concepto podría pagarse su insoportable ocupación ilegal de un espacio de todos; lo que afirman que ya les han pagado antes, cómo ha sido, por cierto, ¿en concepto de limosna? Lo que deberían hacer es callar y dar las gracias porque aún no los han echado como buenamente tocaba. Esto, en realidad, viene a ser una especie de impuesto revolucionario con rabieta incluida y mal disparado, porque la mayoría de los ibicencos pagaríamos para que se fueran con sus instrumentos a otra parte. A otra dimensión, a ser posible. Huelga de tambores. Gracias, Dios mío. Por favor, propietarios de los restaurantes, no les deis limosnas, no cedáis a este pizzo, a este ridículo chantaje, que muchos ibicencos volveremos a Benirràs si se van sus usurpadores. Prometido.
Otro ejemplo de las pataletas que les entran a algunos cuando conculcan su derecho a la impunidad nos lo ofreció el presidente de la patronal del ocio nocturno de Balears cuando, el año pasado, criticaba que la Agencia Tributaria se dedicara a investigar si varias discotecas estaban cometiendo fraude fiscal. ¿Os acordáis? Quizás no lo vistéis, pero venía a decir el hombre que cómo se atrevían los agentes de Hacienda a entrar a fisgonear por los despachos de las discotecas en plena temporada alta. ¿En serio debemos permitir que sea a los agentes que intentan acabar con la impunidad, que hacen su trabajo, a los que se ponga en tela de juicio? Y, esas salidas en medios de comunicación, ¿no serán intentos de presionar o de asustar a las administraciones? ¿Son sólo pataletas de malcriados o son algo más?
Y todo esto viene a ser, salvando las distancias, por supuesto, que no sé si deben ser tantas, como si un camello de sa Penya se quejara de que los policías vigilan demasiado la esquina en la que suele hacer negocios. Imaginaos a ese vendedor de droga llamando a los periódicos para declarar públicamente un ‘joer, si es que no me dejan trabajar tranquilo. Así me van a hundir el negocio… y mis empleados, que los tengo, se irán a la calle, que yo doy trabajo, señores, que de mí viven muchas familias’. La contaminación acústica, a decir verdad, es tan delito en el Código Penal como lo es el tráfico de heroína. Que a nadie se le olvide que la limitación del ruido no es sólo cuestión que incumba a las ordenanzas municipales, que está por encima de los ayuntamientos aunque en Sant Josep y en Sant Antoni a menudo parezca que no lo saben.
Los síntomas de la degradación de Eivissa son muchos y diversos, pero hay unos cuantos en concreto que revelan que estamos ante una situación en la que podemos decir que hay mafias beneficiándose del entramado de intereses y consecuencias que dan lugar a delitos, infracciones, falta de respeto y destrucción de nuestro territorio en general. Y este modo soberbio de alzar la voz reclamando un derecho a depredar, a incumplir las leyes, a hacer las normativas a su medida y a no ser investigado en verano es un síntoma y una prueba del grado que hemos alcanzado; o al que nos hemos rebajado, más bien, porque esto es un descenso a los infiernos que ni el de Dante y Virgilio. Y mafia no es un término que se atribuya alegremente, la degradación se convierte en mafia en una comunidad cuando las organizaciones adquieren poder ante los gobernantes por años de permisividad negligente o de corrupción. Y las dos cosas no son excluyentes.

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‘Sa Penya Blues’, ya en edición digital

Portada_CAT_PenyaBlues_ok.fh11‘Sa Penya Blues. El crimen del minusválido’ puede ahora encontrarse también en edición digital en el portal de Amazon. El libro fue editado en papel hace dos años y es el segundo dedicado por completo a un solo crimen, después de ‘El hombre de paja. El crimen de Benimussa’, y se encuentran entre los libros más vendidos de la isla en formato papel. Ahora, con esta nueva edición, ya pueden encontrarse en e-book prácticamente todos los libros publicados primero en papel por la periodista y criminóloga Cristina Amanda Tur (CAT), que también fue la primera autora ibicenca que apostó por el formato digital.
El caso en el que se profundiza en ‘Sa Penya Blues’ es el del asesinato del minusválido conocido como el Torete, del año 2002. Si el crimen de Benimussa sirvió como pretexto para tejer a su alrededor un amplio panorama sobre las mafias de la droga y su implantación en la isla, el crimen del minusválido sirve a la autora para trazar un preciso análisis de la situación del barrio de sa Penya, principalmente en lo que hace referencia a los clanes gitanos de la droga. Paralelamente al crimen y sus circunstancias, ‘Sa Penya blues’ es un viaje a lo más profundo del antiguo barrio marinero y la historia de los clanes gitanos de la heroína, un recorrido por sus miserias. En este libro, con un estilo esencialmente periodístico, sa Penya se abre en canal y revela su maldición; no se puede pasar por el infierno sin mancharse de hollín.
CAT es autora, además, de los ensayos ‘Crímenes de Ibiza y Formentera’, ‘Crónica de sucesos’, ‘Operación Antidroga’ y ‘7 mentes perversas’, y de las novelas ‘El diablo en los detalles’, ‘El ángel suicida’, ‘A todos los gatos les gusta el rhythm’n’blues’ y ‘La canción del siciliano’. Todos ellos pueden encontrarse en e-book, en Amazon o en la página de la editorial Funambulista. Además, en 2017 ha publicado, junto al fotógrafo Joan Costa, el libro ‘101 flores de Ibiza y Formentera’, una selección de flores pitiusas fotografiadas con una técnica especial para mostrar todos sus detalles y acompañadas por textos, como fichas con las que conocer lo más interesante de cada especie.

Un par de enlaces para saber algo más sobre este libro y sobre el último, de flores de Eivissa y Formentera:

Sa Penya blues. El crimen del minusválido

101 FLORES DE IBIZA Y FORMENTERA

y el enlace a Amazon:

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El secreto de las marionetas: El crimen de Ingeborg más allá de la leyenda

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Ingeborg mostrandos sus marionetas

Cristina Amanda Tur
No hay crimen en Eivissa que haya alimentado leyendas y teorías conspirativas como lo ha hecho el brutal asesinato de Ingeborg Schaefer, golpeada con una máquina de escribir por unos asesinos que, antes de abandonar el lugar, aún se entretuvieron preparándose una tortilla. Se cumplen ahora 40 años del día en el que la viuda del pintor Frank el Punto era asesinada en Dalt Vila y aún hay quien alimenta el mito mientras se desdibuja la realidad. Criminales nazis, conspiraciones dentro de la comunidad alemana y supuestos rituales en el escenario del crimen que, sin embargo, no figuran en parte alguna del sumario, enturbian lo que en realidad es un crimen mucho más interesante por los datos de los que sí se disponen que por aquellos con los que la leyenda lo ha contaminado.
Y estos son los datos. Poco antes de las siete de la tarde del 28 de julio de 1977, la Policía informa al juzgado de que han encontrado el cadáver de una mujer con un gran golpe en la cabeza, en el número 8 de la calle de Santa María. La asesinada es Maria Elisabeth Ingeborg Schaefer, nacida en Leipzig el 13 de marzo de 1923, una mujer muy conocida en la ciudad, viuda del pintor Frank ‘el Punto’ y propietaria de un teatro de marionetas con representaciones todos los domingos y frecuentado por profesores y alumnos de muchos colegios de Eivissa. El médico forense señala que puede llevar 48 horas muerta. Tres días, tal vez. La última vez que la vieron fue en la tarde del día 25, cuando asistió a una fiesta en Sant Agustí con una treintena de amigos y compatriotas. Antes de medianoche, se marchó. Algunos amigos dicen que se iba nerviosa y asustada, aunque saben que tenía miedo a conducir después de la puesta del sol. Ninguno de sus amigos la volvió a ver. La han golpeado varias veces, aunque en el informe de la autopsia no se especifica cuántas, y presenta excoriaciones en un brazo; la han sujetado con fuerza. La puerta de la casa estaba abierta y sin señales de haber sido forzada.
DSC_6711_1551«En la almohada situada sobre la cama existe una gran mancha de sangre, así como en una bata situada junto a dicha almohada, y junto a la misma, en el suelo y en posición de decúbito prono, una mujer, con un camisón color claro, sin bragas y con una gran herida en la cabeza, la cual asía fuertemente un mantón negro, de lana, con el que cubría parte de la cabeza. No se observa riel de sangre entre la almohada y la cabeza de la interfecta». Cerca del cadáver, a ochenta centímetros, hay un estuche de piel. En su interior, una máquina de escribir, papeles en blanco con la inscripción ‘El Punto’ y varios sobres. Un agente calcula que pesará unos cuatro kilos y se anota, igualmente, en el informe de la inspección ocular. En un canto de la funda hay una abolladura y una «gran mancha de sangre» con algunos cabellos adheridos. Es el arma del crimen. Aunque hay que añadir que la Policía también halló, en la ventana de la cocina, un candelabro con un soporte «en forma de herradura» que, a juzgar por la sangre y los pelos que aún conservaba, pudo también haber sido usado para golpear a la víctima, tal vez para infligirle las heridas que presentaba en una oreja. Quizás la golpearon dos personas distintas.
Por aquel entonces, Juan Antonio Villamor, que posteriormente será comisario de la Policía de Eivissa, es el jefe de la Brigada de Investigación Criminal. Recuerda que había demasiada gente en su escenario del crimen y que tiene que regañar a unos agentes que están fumando. Cuando todos se marchan, ya de noche, él se queda solo, durante más de una hora, esperando a los hombres que deben trasladar el cadáver al cementerio de Vila, donde se le practicará la autopsia. Sólo en el caserón, y si saber aún hacia dónde debe encaminar la investigación, recuerda, inquieto, la máxima criminológica que asegura que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Mientras recorría la casa ha visto el pequeño teatro de marionetas de Ingeborg; una sala con varios bancos de madera, unas cortinas rojas y varios muñecos a los que su dueña ya no volverá a insuflar vida. Hay un payaso, un príncipe y una niña del mar.

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entierro de Ingeborg

En la vivienda, Villamor y sus agentes no han encontrado señales de lucha. Sólo algunos cajones abiertos en la habitación de Ingeborg. En ellos hay dos relojes de pulsera y dos monedas de plata. En una mesa hay un monedero abierto y vacío y, al lado, una tercera moneda de plata, de cinco pesetas (en algunas páginas del sumario se asegura que es de 50). Pocos datos indican en ese momento que el crimen se haya producido durante un robo, aunque no se puede descartar que, tras golpear a la mujer, los asesinos hayan curioseado un poco. En total, en la casa hallan 1.800 marcos y mil pesetas que los delincuentes no se han llevado. Pero lo cierto es que falta dinero de la caja en la que ella solía guardar lo que recaudaba en el teatro de marionetas; calculan que podría haber 6.500 pesetas porque una amiga de la fallecida declarará que eso es lo que se recaudó en la representación del último domingo. Hay ropa de Ingeborg doblada sobre la cama y cinco pares de zapatos alineados bajo ella. La víctima ha caído sobre algunos de esos zapatos. En la cocina, hay un vaso con Coca-cola, una botella, restos de tortilla en una sartén, las cáscaras de cuatro huevos, once huevos en una bolsa, dos tazas de café sucias y la puerta de la nevera está entornada. También hay una radio conectada. La hipótesis que se afianzará sobre este detalle en concreto indica que los asesinos cenaron después de matar a la mujer. Ella jamás bebía Coca-Cola; la guardaba para sus invitados.
Villamor empieza a descartar móviles del crimen. Los agentes han recogido un montón de huellas en distintos lugares de la casa y a lo largo de los siguientes días aparecen nuevas opciones. Una de ellas apunta a los celos, a una posible relación lesbiana de Ingeborg con una vecina que vive con su pareja; varios testigos han visto asustada y agitada a una de las dos mujeres, que se emborrachó en El Corsario tras encontrarse el cadáver de Ingeborg, cuando se reunieron en ese hotel algunos amigos de la víctima. Pero ya entonces, mientras esta pista sigue abierta sin prosperar y los medios de comunicación especulan sobre el pasado nazi de algunos miembros de la comunidad alemana con la que Ingeborg y su marido (fallecido cinco años antes) se relacionaban, Villamor y los agentes de la brigada tienen otra idea en mente. La pista que consideran más sólida conduce hasta dos hermanos, también alemanes, que habían realizado algunos trabajos en casa de la víctima y que hacía escasos días habían sido despedidos por otra mujer alemana para la que hacían de jardineros y a la que habían amenazado con cortar el cuello. De hecho, ella lo había denunciado a la Guardia Civil de Santa Eulària, que les confiscó la documentación y les conminó a largarse de la isla en breve. Tres días antes de que mataran a Ingeborg, esta mujer encontró una carta de los hermanos en el parabrisas de su coche. En ella le pedían perdón, aunque le decían que no había estado bien que fuera a la Guardia Civil, y le pedían 7.000 pesetas para abandonar la isla. Ella fue, precisamente, quien presentó a Ingeborg a los dos hermanos.
El 31 de julio, dos inspectores entran en la casa en la que viven los dos sospechosos, en la carretera de Santa Eulària, y se incautan de un pasaje para abandonar la isla el 11 de agosto, de dos pares de botas con manchas rojo oscuro y de una carpeta con 35 folios y en la portada el título ‘Perverse dokumente verreichte prosa’. Estos ‘documentos perversos’ llamarán la atención de Villamor de una manera especial. Son siete cuentos con temas macabros, en los que se describen crímenes. Y en uno de ellos, la historia de una mujer a la que «se machaca con una máquina de escribir» y un personaje al que se refieren como «la cándida paloma de las marionetas» y «la paloma que va a ser sacrificada». El jefe de la Brigada de Investigación Criminal de la Policía recordaba estas palabras de los relatos, que ya no se conservan en la carpeta del caso. «El crimen fue una cuestión mental. Así de simple. Describieron un asesinato y lo ejecutaron, igual que hacen ahora algunos con los juegos de rol. Lo escribieron, se obsesionaron con la idea y la llevaron a la práctica. Los autores fueron aquellos dos hermanos, que eran totalmente psicopáticos. Uno era el ejecutor y el otro debía ser el cerebro». Así resumía el caso el policía muchos años después. Describía a uno de los hermanos como un personaje grandote, fuerte y algo simple, y al segundo como a un individuo delgado, delicado y dueño de «una inteligencia especial». Rolf Wolgemuth, el mayor, el inteligente, es el dominante, el autor de los ‘documentos perversos’. Tiene 22 años cuando es detenido por el crimen de Ingeborg. Peter tiene 16. «Según informaciones practicadas al respecto, tienen fama de ser personas a las que se puede conceptuar como psicópatas sexuales», escribía la Policía en un escrito al juez para informarle de las novedades y de los antecedentes por sustracciones y estafa que acababa de comunicar la Interpol.
DSC_0315parte de la declaración de uno de los sospechosos (del sumario)El 3 de agosto son detenidos, aunque ya habían sido interrogados anteriormente el 31 de julio, y los agentes apuran el tiempo de detención hasta las 72 horas, cuando el juez ordena su ingreso en prisión. El 26 de agosto, y mientras aún hay pruebas pendientes, quedan en libertad provisional. Pero nunca serán encausados. La Policía sólo tiene «datos sospechosos», ninguna prueba, y el juez considera que los ‘documentos perversos’ no son suficientes para sustentar un caso. «Teníamos huellas suyas en la casa, claro, pero era normal que las encontraramos porque habían trabajado ahí», explicaba el policía, ya retirado, recordando el crimen del año 77. En realidad, en los informes sobre los resultados de las muestras dactilares, las huellas de los hermanos no aparecen en los objetos clave para el crimen, como las armas del crimen.
Poco tiempo después de quedar en libertad, Rolf y Peter fueron acogidos por una mujer que se apiadó de ellos y los contrató para trabajar en su jardín. Un día apareció muerta en el fondo de un pozo y ellos se marcharon de la isla. El caso, de la Guardia Civil, se cerró como un suicidio y nunca fue relacionado con el crimen de Ingeborg. Villamor, sin embargo, no creía en las casualidades. Y en las calles y pueblos de la isla, una historia paralela ha tomado forma para convertirse en leyenda, como si Peter y Rolf no fueran sospechosos suficientemente apasionantes. Entre los amigos y conocidos de Ingeborg en Eivissa hay alemanes que sirvieron a su país, entre ellos aviadores de la Luftwaffe, quizás nazis que intentan ocultar su pasado en la isla y que podían temer que Ingeborg supusiera un peligro para su seguridad. Nada sustenta tales teorías. No aparecen en las diligencias del caso. Pero que el crimen haya quedado sin resolver sigue incitando teorías ajenas a la verdadera investigación.
En marzo de 1978, la Audiencia Provincial ordenó el archivo sin culpables de un sumario que, en realidad, se había incoado como tal el mes anterior, cuando el caso que había sido investigado como diligencias previas pasaba a ser el sumario por asesinato 26/1978. El crimen de Ingeborg sigue teniendo más preguntas que respuestas. De hecho, ni siquiera conocemos el día exacto de su muerte, probablemente el 26 o el 27 de julio. Fue vista por última vez el 25 en una fiesta y su cadáver se encontró en la tarde del 28. En la entrada de la casa, en el suelo, se encontró la prensa de los días 26, 27 y 28, que había sido introducida por el buzón de la puerta y que Ingeborg jamás pudo recoger.
DSC_6706_1550LA LLEGADA A EIVISSA DE LOS SCHAEFER
Ingeborg y Frank Schaefer se instalaron en Eivissa a mediados de los años 50. Frank era pintor y pronto cobró cierto reconocimiento entre la comunidad artística de la isla, donde adoptó el apodo de ‘El Punto’ tras una anécdota con los funcionarios de Correos; cuentan que, para evitar errores, decía a sus conocidos que cambiaran su segundo nombre, Ludwig, por una simple L., con lo que los empleados del servicio postal comenzaron a conocerlo como el señor Frank ‘Ele Punto’. En 1970, Frank estaba gravemente enfermo y, para entretenerlo y también para mantenerse ocupada, Ingeborg empezó a confeccionar sus marionetas. Con ellas montó su ‘teatro de muñecas’ en Dalt Vila, inaugurado el 22 de mayo de 1970. Dos años después, el 7 de febrero de 1972, Frank moría a los 63 años y ella convertía su pequeña vía de escape en un pequeño negocio. El apellido de la pareja se ha normalizado hoy escrito Schaefer, pero lo cierto es que en la mayoría de las páginas de las diligencias del caso, aparece escrito sin la primera ‘e’, alguna vez sin la ‘c’, y a veces con dos ‘f’, incluso en los documentos en los que los agentes copiaron los datos directamente del pasaporte hallado en la casa del crimen. Pudo ser un error menor o tal vez el apellido varió y éste sea un enigma más de la historia de Ingeborg y Frank, la dama de las marionetas y el pintor que abandonó en Eivissa la figuración por el arte abstracto.

Publicado en el dominical de Diario de Ibiza:

http://www.diariodeibiza.es/pitiuses-balears/2017/07/29/40-anos-crimen-marionetas-cometido/931649.html

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