Huyendo de Eivissa

Conozco a un alemán que vive en Sant Agustí. Él, lo llamamos Her, compró la casa hace ya un porrón y medio de años y reside en ella buena parte del verano e incluso a veces en invierno. Y, cuando no están él y su actual compañera, usan la vivienda otros familiares y amigos. Su hermano, por ejemplo, que es bastante famoso pero nadie se entera nunca de que está por aquí y así no lo sacan en las páginas basura de los periódicos… Son buena gente, y lo que algunos llamaríamos turismo de calidad, porque, para empezar, respetan la isla y a sus habitantes. No salen drogados a la carretera, saben dónde tirar la basura, no atacan a los camareros de hoteles con botellas de cerveza… En fin, esas cosas, ya me entendéis.

A Her y a los suyos les gusta ir a cenar a sitios como Can Pujol, S’Espartar o a cualquier bar de bocatas donde te preparen uno bueno sin cobrarte más porque es verano. Les gusta tomarse unas cervezas en Ses Eufabies de Cala Tarida, ver llegar el anochecer desde el acantilado de sa Figuera Borda y dormir en la terraza contemplando las estrellas. Les gusta ir a Corona, hacer fotos a la iglesia de Sant Rafel y hasta les he tenido que explicar quién diablos era ese tal Joan Marí Cardona al que hemos puesto un busto de bronce frente a la iglesia… Cosas bastante normalitas y por las cuales, una  a una, habían convertido Eivissa en su paraíso, en aquel lugar al que escapar a ratos. Un refugio.

Y aquí el uso del tiempo verbal es la clave. De pronto he empezado a usar el pasado porque Her me dijo el otro día que se larga, que éste ya no es su paraíso. Su bonita casa apartada en Sant Agustí se ha ido rodeando de construcciones ilegales con el beneplácito de un Ayuntamiento corrupto, y en los apartamentos que hay no muy lejos se hacen fiestas todas las noches; hasta las tantas de la madrugada no hay quien duerma en varios kilómetros a la redonda. Hace unas semanas, Her quiso ir a cenar a la terraza de Can Pujol, pero, al llegar allí, comprobó, horrorizado, que se escuchaba la música (y llamarla así sí es ser benevolente) procedente de los party boats de es Caló des Moro. Maldijo a la alcaldesa y se marchó a otro sitio. Pero lo cierto es que ya no sabe dónde esconderse para estar tranquilo… Y en julio, Her, que se dedica en la vida a lo que aquí vendría a ser un técnico en desactivación de explosivos, se vio implicado en un altercado por defender a una pareja a la que estaba acosando un grupo de drogados de discoteca. En Platja den Bossa. Asqueado, me ha dicho, finalmente, que venderá su casa o contratará una agencia para que la alquile, con lo cual esa casa con vecinos normales, buena gente, acabará también alquilada por semanas o meses a más chusma de discoteca que ponga su mierda de música a tope toda la noche porque respeta la isla y a sus habitantes mucho menos de lo que mi doberman respeta a las moscas que se come.

Gracias a todos los alcaldes de esta isla, al presidente del consell, al PP en general y también, en lo que os toque, al PSOE, por permitir que las mafias, el ruido, la droga y la chusma se hayan instalado y medrado en esta tierra traicionada. Por ahuyentar de ella a personas como Her y los suyos. Mal rayo os parta.

Adiós, Her. Mis disculpas en nombre de todos los ibicencos que nunca hemos querido que Ibiza fuera esto. Y si encuentras otro paraíso, uno que no haya destruido la mafia, mándame un whatsapp. O enséñame a fabricar bombas.

(Ah, por cierto, ninguno de los restaurantes citados paga para que lo mencione ni me invita a copa alguna a cambio de ello. No es una transacción ni es publicidad. Otros blogs y webs funcionan así; éste no).