La Toxicología, el arsénico y el caso Marie Lafarge

DSC09828Ningún arma implica tanta premeditación como el veneno. Y la Historia ofrece memorables y múltiples ejemplos de envenenamientos y envenenadores célebres.

En la Grecia clásica, el veneno era un arma de ejecución de la pena capital. La cicuta es el veneno oficial del Estado, la llamada ‘muerte fría’. En Roma, el veneno se convierte en el arma de los más poderosos; emperadores y patricios tienen sus propios envenenadores profesionales como parte del servicio doméstico. Tanto se abusó de los tóxicos como arma criminal que el gobierno se vio obligado a dictar la Ley de Lucio Cornelio -más conocida como Lex Cornelia-, que castigaba con la muerte el envenenamiento. Y mucho tiempo después, en la Inglaterra victoriana de Jack el Destripador, se publicó el Decreto sobre Arsénico para evitar el fácil acceso a esta sustancia y que obligaba a los fabricantes a mezclarlo con hollín para que se volviera negro y fuera más difícil su ‘camuflaje’ en cualquier comida o bebida.

Es en la Italia renacentista, la Italia de Brunelleschi, Miguel Ángel o Botticelli, donde el envenenamiento adquiere proporciones monstruosas. Y es que también es la Italia de las ambiciones de los Borgia y las confabulaciones de los Medici. Se crean pócimas y compuestos de venenos cada vez más sofisticados, que se camuflan en perfumes, flores, guantes o en las clásicas copas de licor. Compuestos venenosos como el Acqua di Toffana (con arsénico blanco) o el Acqua di Peruzzia son tan conocidos como mortíferos. Ahora ya no sólo hay envenenadores profesionales sino también catavenenos profesionales, unos desgraciados cuyo trabajo consiste en probar primero lo que van a comer o beber en las cortes de los poderosos.

El arsénico blanco llega a ser conocido como ‘poudre de succession’ (polvos de sucesión) por su extendido uso entre las clases políticas y nobles para quitarse obstáculos de en medio. Todos sabían que era una sustancia sin olor y sin sabor, fácilmente miscible en bebidas y comidas. Además, los efectos de su envenenamiento apenas se distinguían de los que producía una de las enfermedades más comunes de la época: el cholera nostras.

El veneno no sólo es hasta este momento un arma o instrumento en manos de nobles, sino que ya se puede extraer una conclusión que hoy en día es conocida y aceptada por cuantos se dedican a investigar el crimen en cualquiera de sus aspectos, y es el hecho de que el veneno es arma preferida por mujeres.

En el siglo XVIII, el conocimiento de los tóxicos y su empleo como venenos se extiende a todas las clases sociales. A fines de ese siglo existen aún supersticiones que aseguran que el fuego no puede destruir el corazón de un muerto por envenenamiento y hasta los profesores de Medicina Legal confunden en sus estudios determinados fenómenos de putrefacción del cadáver con signos de envenenamiento.

Los nombres de los envenenadores famosos son muchos a lo largo de los años: Catalina, reina de Francia; la marquesa de Brinvillers, ajusticiada en 1679; La Voisin, implicada en un intento de envenenamiento a Luis XIV; el Papa asesino Alejandro VI, de los Borgia, una familia conocida precisamente por su afición a envenenar a todo aquel que le molestara.

Hay muchos más, y de ellos destaca Madame Lafarge, cuyo caso marcó, en 1842, un hito judicial en la Toxicología al darla a conocer como una ciencia.

En este caso se planteó que no era prueba suficiente el hallazgo de la sustancia tóxica en un cadáver, sino que también era preciso cuantificar ese veneno. El médico menorquín Mateo Buenaventura Orfila, considerado el padre de la Toxicología y rector de la facultad de Medicina de París, era perito de la acusación. Encontró arsénico en el cadáver de la víctima de Lafarge, y, utilizando los más modernos avances de la ciencia, logró probar que había arsénico en los órganos cuya presencia no podía explicarse sino con un envenenamiento; hay arsénico natural en el cuerpo humano, pero sólo cierta cantidad mínima es justificable así.

Lo más importante es que la disputa científica quedó planteada -el proceso, de hecho, se conoció como ‘la batalla del arsénico’- y la Toxicología se dio a conocer a través de las crónicas del juicio.

La acusada fue condenada a trabajos forzados de por vida y a la exposición pública en una plaza de Tulle, pero el hecho de ser pariente lejana del rey Luis Felipe (Alejandro Dumas explica esta relación en ‘Historia de Luis Felipe’) permitió que se librara de lo segundo y que lo primero se transformara en una simple pena de cárcel. Tras diez años de reclusión, enferma de tuberculosis, fue trasladada a un centro de salud. Napoleón III le concedió la gracia en mayo de 1852 y pocos meses después murió jurando que era inocente.

Marie Lafarge inició el envenenamiento paulatino de su marido, Charles Lafarge, con un pastel de arsénico. La primera toma no lo mató, pero siguió administrándole el veneno en diferentes comidas hasta que el hombre estuvo irremisiblemente enfermo y en cama. El médico pensó que se trataba de cólera. La mujer, mientras, y de forma sorprendente, pedía recetas para comprar arsénico supuestamente para acabar con las ratas.Un día, Marie intentó administrar el arsénico en polvo en un vaso de vino con agua. Una amiga de la familia lo observó y sospechó, así que, antes de que el enfermo lo tomara, cogió el vaso y observó unos grumos blancos mal disueltos flotando en el líquido. Lo mostró al médico, pero éste, inocente, pensó que podía tratarse de trozos de cal que se hubieran desprendido del techo. La vecina no pensaba lo mismo y avisó a la familia, que intentó evitar que Marie siguiera dando de comer a Charles. Un segundo médico constató que los síntomas del enfermo podían ser los de un envenenamiento con arsénico y, por si acaso, le administró peróxido de hierro como antídoto. Ya era tarde para salvarle.

El 16 de enero de 1840, el juez de instrucción ordenó buscar el arsénico que pudo haber matado a Charles Lafarge. Los cinco doctores encargados de hallar el tóxico señalaron en su informe que en muestras de leche, sopa de pan y agua azucarada habían descubierto una considerable cantidad de la sustancia que buscaban. Afirmaron que los jugos estomacales y el estómago contenían ácido arsénico. Pero ni rastro del tóxico en la pasta que Marie colocaba para las ratas; sólo tenía carbonato de sodio.

Orfila se convirtió en protagonista del juicio, después de que tres expertos analizaran de nuevo los líquidos del estómago de la víctima y otros restos y declararan que, con los medios de comprobación más recientes, no podía probarse que hubiera arsénico ni para envenenar a un roedor. Nada.DSC09829

Orfila, sin embargo, calificó de negligentes a esos expertos porque parecían haberse olvidado de un método que en esos momentos era casi revolucionario y demostró que había arsénico en el cuerpo de Lafarge y que no podía proceder de los reactivos utilizados ni de la tierra que rodeaba el féretro; el descubrimiento de que la tierra de los cementerios podía tener la sustancia provocó dudas sobre no pocas condenas anteriores en casos de cadáveres exhumados para la autopsia.  El químico menorquín se hizo famoso por usar el método de James Marsh, uno de los que posteriormente serán más usados a lo largo de la historia de la Medicina forense para detectar arsénico de modo irrebatible. Marie Lafarge, Cappelle de soltera, fue declarada culpable.

El fiscal destacó, durante su alegato, que, «por fortuna, la investigación de los casos de envenenamiento ha contado en los últimos tiempos con la revolucionaria ayuda de la Química. Tal vez la acusada no estaría ante este tribunal si la ciencia, casi milagrosamente, no hubiese dado con la posibilidad de descubrir el veneno en lugares hasta hoy ocultos para nosotros: en las mismas víctimas, en los cadáveres».

Quizás, esta frase refleja mejor que ninguna otra cosa la relación existente entre la investigación criminal y la Química o los avances científicos, que en esa época empezaba a hacerse patente.

El juicio Lafarge inició el siglo de la Toxicología forense y consiguió que París se llenara de químicos aficionados que acudían con la intención de ser discípulos de Orfila o de los otros toxicólogos que participaron en el proceso.

(las imágenes con Orfila, Lafarge y el método de extracción de arsénico son del libro ‘El siglo de la investigación criminal’ de Jürgen Thorwald, y el texto es un avance del libro ‘El arma del crimen)

Acerca de territoriocat

Cristina Amanda Tur (CAT). Licenciada en Ciencias de la Información y diplomada en Criminología Superior. Compagino periodismo y criminología con la novela policíaca. En periodismo, he pasado de la sección de sucesos (sin abandonarla completamente) a realizar un periodismo divulgaltivo, de temas científicos y sobre el patrimonio natural, histórico, arqueológico y cultural de las islas, con especial atención a la divulgación del patrimonio natural. He publicado una decena de libros. Entre ellos 'El hombre de paja. El crimen de Benimussa', dedicado al cuádruple asesinato que tuvo lugar en Ibiza en 1989, en un ajuste de cuentas del cartel de Medellín.
Esta entrada fue publicada en Libros y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario