Mi amiga M. se apaña cosiendo botones y poco más. Pero algún listo del colegio de su hija de ocho años ha dado por hecho que debe ser una costurera apañada –no sé muy bien si por ser mujer o por ser madre– y le ha encargado que le haga a la niña una falda de pastora para que pueda ir con su clase a entretener a los abuelos de la residencia. ¡Hala! Así de fácil. Lo único que se le ocurre a ella es emplear la grapadora, que esa herramienta sí sabe usarla, porque la máquina de coser no la ha tocado en su vida y pocas intenciones tiene de hacerlo, la verdad… Y coser la falda a mano es una idea ante la cual sólo puede partirse de risa mientras se la plantea en el bar tomándose una cerveza.
Es que claro, M. es una mujer y los profesores del colegio de sa Real, en Ibiza, deben creer que todas hemos ido a clase de corte y confección o que de pequeñas jugábamos a los vestiditos y las cocinitas, pero es que muchas preferíamos el helicóptero de los Geyperman (robado al hermano, eso sí), los tubos de ensayo del Quimicefa y las casas en los árboles. Afortunadamente. Y sin necesidad de que nos hayamos convertido en camioneras. O creerán que es un instinto, que las mujeres nacemos con un gen que nos predispone a manejar la aguja como Van Gogh los pinceles. Claro, y los hombres nacen con otro que hace que todos sepan cambiar un grifo… Supongo yo que si un niño –varón, claro– tiene que ir de pastorcillo al Belén de la escuela, encargarán al padre que talle el cayado y a la madre que le cosa el chaleco, ¿pero en qué mundo vive esta gente?
No quiero ni pensar si la pobre niña, la hija de mi amiga M., tiene que irse a bailar por ahí con una falda cosida por su propia madre. Puede parecer de todo menos una pastora y la experiencia puede ser traumática, que yo un día baile en un musical de la Consolación con una camisa de cuadros prestada por un primo mayor y reajustada y todavía no he perdonado a mi madre que me metiera en tal berenjenal, porque seguro que fue cosa suya… y de una profesora de mal recuerdo, muy espabilada ella, que dio por hecho que mi madre, no sé si por madre o por mujer, tenía que saber sacarse de la manga y de las agujas un puñetero disfraz de vaquera fashion con el que salir a bailar una estupidez por la que casi me escalabro (alguien enganchó una cortina). Y mi madre, con tal de no coser, se las ingenió a su manera… Además, por supuesto, las ropas para hacer el ridículo no pueden comprarse. Primero porque todos tienen que ir iguales ¡Ja! y porque no se puede hacer el feo a los niños que no pueden permitírselo, como si la tela y el tiempo de las madres fueran regalados…
La niña de mi amiga llegó a casa con el encargo de comprar una tela determinada y en una tienda concreta, y porque M. no es muy desconfiada, porque yo enseguida hubiera pensado que ahí había algún tejemaneje entre la escuela y el comercio en cuestión. Que algún profe espabilado se lleva comisión, vamos. Yo de corte y confección tampoco tendré ni idea, pero de listillos tengo unos cuantos masters.
¡¡¡¡Jajajajajajaja!!!!! Lo qué me he reído… También me acuerdo de aquel glorioso baile… Si ya se lo decía a la señorita Cloclo, que no cabíamos todas en el escenario (de paso también intentaba no hacer el ridículo más espantoso), pero ella, que siempre llevaba razón, nos hizo salir, y pasó lo que pasó… Mira, en la ropa no tuve problema, porque hice de cowboy (pasaba de faldita) y me gencié una camisa montañera que no recuerdo de donde salió… Y eso que mimadre sí sabe poner botones, y muchas más cosas, es profesora de corte y confección… Y no, puedo atestiguar que eso de los botones ni es genético, ni tu madre profesora es capaz de enseñarte lo que a tí no te da la gana aprender…
saludos
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